CARA A CARA CON MI PADRE
- Jasser Manjarrez
- 9 jun 2023
- 2 Min. de lectura
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Apocalipsis 3:20
Buenos días amados, que la paz y el amor de Dios sean sobre sus vidas.
El propósito más importante de una vida diaria de intimidad no es que podamos cumplir con otra tarea de nuestra “lista de cosas por hacer”, sino más bien que podamos experimentar una unión y comunión íntima con Dios. Recuerda, estamos hablando de una relación, el Dios del universo te ama y te ha creado para tener una amistad contigo. Tal vez digas: "¿Es realmente posible? ¿Cómo podría alguien como yo tener una relación íntima con Dios?". Moisés debió de haber pensado lo mismo en una época.
Moisés y Dios llegaron a experimentar una relación extraordinaria, pero no comenzó de un momento a otro, de hecho, el primer encuentro entre ambos a duras penas podría llamarse íntimo. Al estar frente a la zarza que ardía en la ladera de una montaña y escuchar la voz de Dios, Moisés se atemorizó. Las escrituras dicen que "cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios" (Éxodo 3:6). Pero una vez que el Señor atrajo la atención de Moisés, comenzó a darle a conocer cosas que ningún otro hombre de su época conocía.
Dios le reveló la compasión de su corazón y su profundo interés en los sufrimientos del pueblo de Israel en Egipto. Le reveló su deseo de liberar a su pueblo de la esclavitud, le reveló su plan de usarlo como su instrumento y también le mostró que tenía todo el poder y los recursos para llevarlo a cabo. Al pensar en su pasado poco honroso y sus aptitudes comunes y corrientes, Moisés debió haberse sentido inseguro, consternado, inepto e incapaz (¿te has sentido así alguna vez?). No obstante, respondió a la iniciativa de Dios, y desde ese día su vida nunca volvió a ser la misma; así como tu vida nunca volverá a ser la misma una vez que te embarques en la aventura de vivir una relación sustancial y creciente con Dios.
Durante siglos, si un israelita quería encontrarse con Dios, debía acudir al tabernáculo que construyó Moisés direccionado por el Señor, pero al leer el nuevo testamento aprendemos que ya no necesitamos ir a un lugar o una tienda física de reunión para tener comunión con Dios. La llegada de Cristo y el derramamiento de su sangre por nuestros pecados han abierto un camino para que podamos acercarnos al Padre directamente, con libertad y sin la necesidad de un mediador humano. Mediante la morada de su Espíritu Santo, tú y yo nos hemos convertido en el templo de Dios, el mismo lugar donde él habita.
Jesús nos deja esta promesa: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3:20). Comer una comida juntos es un símbolo universal de amistad y comunión. Igual que el caso de Moisés, el propósito de nuestro tiempo íntimo no es cumplir con ciertos requisitos espirituales o con alguna clase de tarea o asignación celestial, sino sentarnos cara a cara con nuestro Padre y disfrutar de su compañía.
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